ENTRESIERRASrd | Una
mirada a los visitantes de verano de nuestros pueblos
Con los calores del verano ya puestos al
resguardo menguante de agosto, llegaban a las plazas los titiriteros.
De ellos hay una imagen arquetípica, que ha
llegado a confundir realidad con ficción, aquella del titiritero, con su
sempiterna cabra que hace equilibrios en una escalera y la música del acordeón
o de la flauta.
Los había también que traían, sobre la platea de
un teatro improvisado con cortinones, las queridas (u odiadas, según la fobia)
marionetas de trapo, las que contaban un cuento con voz de piticlín, vestida
con un tambor de Ariel pintado al plastidecor y luchando contra la bruja o el
dragón, también de papelería, con una espada de tubo de papel de albal.
Por las calles de los pueblos pregonaban, ¡esta
noche! ¡ A la plaza han llegado los titiriteros! ¡Niños! ¡Niñas! ¡Hombres!
¡Mujeres! Y allí se iban prestos a a ver el espectáculo, en tropel, con los
tajos a cuestas para hacer de butaca de primera…
Los niños se sentaban en primera fila, los ojos
encendidos ante tan magno espectáculo, las manos en la barbilla, por tener
cerrada la boca de tanto asombro, pensando si la marioneta era real. Pensando,
por supuesto, que "de mayor quiero ser titiritero".
Hace tiempo que, también a fuerza de
sedentarismo, el titiritero ha quedado a la sombra de los tiempos modernos.
Efectivamente, los sigue habiendo, incluso la
cabra y su amo suelen remontar a veces nuestros pueblos pero ya no es lo mismo.
Ahora el teatro de títeres se aplaude con móvil
de última generación, y la cabra… la cabra hace tiempo que fue indultada,
animalistas mediante.
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