ENTRESIERRASrd | Una
mirada a otra de las tradiciones que también van siendo borradas por la borrasca de los
tiempos: el oficio de "marcar" el ganado
Ya entrado el otoño, puesta la alforja en el
clavo del invierno, allende el corral, el lugar del Herradero se barría de
piedra y se pateaba la hierba, listo como escenario de concejo para herrar las
novillas criadas durante el año, las que, para su suerte erala, se habían
ganado el derecho a la vida, a mantenerla y darla a generaciones venideras,
lejos de sacrificios en el más navajero de sus sentidos.
El Herradero también era sinónimo de fiesta,
casi al mismo nivel (perdónese el sacrilegio) de las atracciones de feria.
Seguramente porque la fiesta viene de la mano de las cosas sagradas, y estas a
su vez del campo o de la iglesia. No era para menos. Y es que, ya se sabe, en
la pobreza, hasta el canto de la alondra, trae la fiesta.
El ganado se echaba a la libertad de la dehesa
y, antes de tan temerario asunto, debían estar los animales bien herrados, para
que, en caso de extravío, hurto o ataque de lobo, saber su procedencia. Así se
le ponía a letra de fuego la inicial de cada pueblo, que en esto, como en
tantas cosas, lo de uno tiene que estar enumerado como Dios manda.
Los quintos, siempre prestos para cualquier
oficio, iban con los carros de yuntas a
buscar la leña a la dehesa, porque la hoguera tenía que ser grande y hermosa, y
si la veían desde la legua los vecinos, mejor para la honra. En el fuego se
calentaban los hierros para firmar las novillas y dejar la marca de hipoteca con
ese olor a pelo quemado, que huele a las cosas bien hechas.
Tampoco faltaba en estos menesteres 'La
Hermandad', que era la junta que gestionaba esas comunales cotidianas en cada
pueblo, porque en la cosa del ganado, como en los repartos de herencias, las voces
se alteran y las navajas se revuelven en los fajines. La partición de las eras,
las montas del macho o las lindes de pastos… estos asuntos que pueden traer a
mal vivir, la Junta los dirimía a base de constitución de palabra.
Eran los junteros de la Hermandad los que
compraban el cántaro de vino en la fiesta del Herradero para el convite tras el
duro trabajo de sujetar las reses. Que se sabe, también, que como el burro con
zanahoria al belfo, se trabaja con más garbo y alegría.
También el Herradero era lugar de reunión y de
citas a contraluz, porque las mozas hacían cálculos y los mozos intentaban
darse al espejo. También en esto tenía el cortejo su particular protocolo.
Terminada la faena los mozos pintaban las caras "dellas" con los
tizones fríos, causando enfados o sonrisas, dependiendo de la complacencia.
Bien conocemos a algunos que su primer roce de
conquista fue en el Herradero. Y que vivan los novios.
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