ENTRESIERRASrd | Una
mirada a una de las leyendas más arraigadas en la comarca de Entresierras
A comienzos del siglo XX mucha gente de los
pueblos de Entresierras se lanzó a la búsqueda de una cabra de oro que según la
leyenda debía hallarse escondida en las proximidades de Monleón. Fueron
llamados al lugar hasta zahoríes que aplicaron sus conocimientos sobre la
tierra, realizando toda suerte de pruebas junto a las murallas de la ciudad
fortificada.
Tan enraizada quedó la tradición en el folklore
de Entresierras que acercarse al estudio de sus sustratos mitológicos, y
buscando entre las líneas del cuaderno, uno se topa de continuo con esta
leyenda que, como un martillo pilón, va golpeando aquí y allá con la fuerza
nunca despreciable de los asuntos ancestrales.
Tal es el poder de la sugestión histórica y su
resistencia a desaparecer del acervo colectivo que hasta en 2007 el Grupo de
Senderistas de Endrinal, organizó su “Caminata por Entresierras” dedicada a tan
magno y antiquísimo acontecimiento, titulándola, sugerentemente, como la
“Caminata en busca de la Cabra de Oro”.
La Leyenda
Es tradición que un modesto tejedor tuvo un
sueño en el que se veía a sí mismo en lo alto de un monte sobre el que se abría
un pasadizo. El tejedor se internaba por él y llegaba hasta un lugar donde
aparecía una figura zoomorfa: una cabra y un chivo modelados en oro macizo.
Cuando el hombre despertó de su sueño trató de
comprobar hasta qué punto éste podía ser considerado como una premonición. Se
dirigió, pues, hacia el lugar donde se alzaba el monte que vívidamente había
reconocido como formando parte de sus imágenes oníricas.
Se trataba del Monreal, ubicado en el término del
actual pueblo de Casafranca. Acto seguido, el tejedor buscó la entrada al
pasadizo que ya recorriera en sueños. Habiéndolo hallado, penetró en su
interior...Y entonces pudo comprobar que la premonición onírica se cumplía
hasta sus últimos términos: ¡apareció la cabra de oro!
El hombre dio cuenta del hallazgo al rey, quien
premió a aquél otorgándole los cuernos de la cabra, con el producto de cuya
venta el tejedor construyó las murallas y el castillo de Monleón.
La historia
La villa de Monleón se halla rodeada de una muralla, reforzada en su extremo
suroccidental por un castillo, del que se conserva, únicamente, antes de su
restauración, la soberbia torre del Homenaje, rematada por ocho cubos
voladizos.
El castillo forma parte integrante de la
estructura defensiva de la villa, que cuenta con tres puertas: la de la Villa
al noroeste, la del Sol a este y la de Coria al mediodía; esta última se abre
junto a la torre del homenaje del castillo, soberbia construcción de
mampostería esquinada en granito. Dicha fortaleza data del siglo XV, aunque ya
existía a finales del siglo XII: en el año 1199, Alfonso IX dona a la reina
Berenguela treinta castillos, el de Monleón entre ellos.
El solar de la villa
se presenta, hoy, delimitado por una única línea de muralla. Sin embargo la
primitiva fortificación debió de englobar solamente aquélla parte del recinto
que está más próxima al castillo, a juzgar por la disposición de los edificios
y el trazado de las calles colindantes al mismo, así como por ciertos detalles
relativos a la construcción de la muralla: la línea del lienzo oriental, sobre
el que se abre la puerta del Sol, forma un ángulo violento respecto del lienzo
que discurre hacia el noroeste, hasta la puerta de la Villa, dando la impresión
de que aquél fuera abierto en un momento anterior
La memoria popular ha perpetuado la leyenda de
las Murallas de Monleón a través de una coplilla que aún puede escucharse si
nos sentamos a “tomar la fresca” por estos lugares
Ya que te muestras leal / Y no has hecho
traición / Con los cuernos de la cabra / Cercarás Monleón
Según otra versión, en cambio, el susodicho
tejedor habría traicionado la confianza que el rey depositara en él:
Tejedor de Peña Cabra / Que al rey fuisteis
traidor / Con los cuernos de la Cabra / Cercarás Monleón
Esta última versión la recogió el gran
medievalista Ramón Grande del Brío, por cierto, de labios de su abuelo Ramón,
quien ejerció el oficio de tejedor en San Domingo del Campo, pueblo próximo a
Monleón.
Tal como indica el propio estudioso “en alguna
medida aquel tejedor debía de hallarse en posesión de una forma de conocimiento
"especial". Lo que en otros términos podríamos designar con el nombre
de "saberes elementales".
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