viernes, 9 de febrero de 2018

El humilde adobe

ENTRESIERRASrd | Una mirada a la sabiduría arquitectónica de la comarca, hecha de barro y paja e ingeniada para sobrevivir al tiempo

Puede uno asegurar, sin miedo a equivocarse, que los tres cerditos no eran castellanos. Los del cuento, se entiende, no los de Guijuelo que esos, ya se sabe, se dejaron y se dejan el alma por dar empaque a esta tierra.

 Decía el cuento que los dos cerditos más holgazanes vieron sus casas oreadas por el soplo del lobo, que viéndolas hechas la una de paja y la otra de madera, no pudieron contener la furia del salvaje animal y los pobres cebones hubieron de rescatarse en la tercera casa, que el marrano más avieso y sabio, cual raposa, se había hecho construir de granito.
Aquí lobos haylos, y cerditos también, los primeros menguados, los segundos a montones, y las casas, dependiendo no ya de la haraganería sino del alcance del bolsillo, bien se hacía de piedra o de adobe.
Eso sí, el adobe, mezcla de barro y paja, no había lobo que pudiera echar abajo. Ni ventolera ni nevada mal venida. Porque en el asunto de hacer adobes, como iba la casa en ello, que es lo mismo que decir que iba a la vida, también se rezaba a la sabiduría de los viejos oficios.
En esto faenaba el burro, sirva la conseja animalista de esta mirada, que iba caminito “adelante” a buscar el barro que hará de piedra. Aún se recuerda la reata de borricos camino del Tejar, con las alforjas llenas viniendo, que seguramente nunca hubo oficio más estúpido, pensaría el pobre asno, que el mover barro de un lado a otro.
En la era, si se tenía, o en la solana de la casa, se iban amasando los adobes en sus moldes hechos de tablas, a la espera de tomar empaque al sol y tomar turno para acabar de verbena en el horno de cocer. Porque el horno lo mismo se ganaba la honra subiendo el pan que endureciendo los adobes.
De allí aún pervive en el memorial colectivo las adoberas infinitas de adobes que esperan turno para dar empaque al hogar.
Sólo hace falta dar una vuelta por nuestros pueblos para entender que no hay sapiencia superior a la de crear un humilde adobe. Ahí siguen, impertérritos, al aire o bajo el maquillaje de cal, soportando el sol, la lluvia, el viento, la nieve o el hielo.
Y hasta los lobos, que por estos lares bien saben que ni soplando con toda el alma serán capaces de echar abajo una humilde casa de Entresierras.

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