martes, 25 de septiembre de 2018

(Casi) una imposición


ENTRESIERRASrd | Una mirada a otra de las tradiciones que, por arraigo social, ha perdurado hasta nuestros días: el bautizo
Porque lo era. Una imposición. Social e institucional. Una imposición de Estado, si queremos. Porque entonces, alcalde, maestro, médico y secretario eran instituciones, y por cima de todos ellos, el cura, a quien había que besar la mano si se topaba uno por la calle.

Que sí, cierto es, que había aventureros que, “en su comunismo”, decidían obviar el mandato de la pila, aun a riesgo de ser señalados. Como herejes. Como rojos. Como sociópatas (aunque entonces esta palabra ni siquiera se hubiera inventado).
Y los que cedían a la enmienda, por obligación, por vergüenza torera o por fe sincera, tenían que seguir el protocolo. Riguroso era, por lo del “limbo”, que a los dos o tres días de nacer el bienvenido, debía recibir sagrado bautismo, no fuera a morirse en pecado (si en niño recién nacido pudiera haber pecado), porque, por desgracia, como ya hemos dicho, eran tiempos en los que sencillamente se vivía y sencillamente se moría, incluso los que no debieran hacerlo (ojalá nadie hubiera escuchado esas malditas esquilas).
Pero pasemos a la fiesta, que al fin y al cabo, dejando Estados y Pecados a un lado, suponía un bautizo en la familia. Porque, bien dice el dicho que “en la casa cuando hay huéspedes algo más se gasta pero algo mejor se come”.
Y como se precipitaba tanto el asunto, por urgencias divinas, ni la madre, aún convaleciente del parto, podía acudir a hacer cristiano al hijo, y en su sustitución iban los abuelos, el padre y los padrinos, que esto se ha mantenido sin aquellas prebendas. Porque en el “padrinaje” también había su protocolo. Del primer hijo de la familia los padrinos debían ser los padrinos de boda… como dice el refrán “boda de los malos aliños, de parte de la novia son los padrinos”. Hasta en eso el hombre tenía los pantalones puestos.
En los fastos bautismales también se retrataba la posición social de la familia. Que las pudientes llevaban a la criatura con el “faldón de acristianar” (o cristianar); los menos, envueltos en las mejores mantas.
Los muchachos del pueblo siempre estaban pendientes de los bautizos, ya que siempre había que ir a recoger la “roña”, aunque había pocas sobras y siempre eran tan bienvenidos aquellos cacahuetes, castañas cocidas y los confites de anís… la “roña” la tiraban los padrinos que para eso lo eran, padrinos claro, y había que dar gracias a Dios (al cristiano, suponemos) por el nuevo miembro de la familia.
Los pudientes, eso sí, tiraban más que la “roña” y ya caía aquí y allá algún real, para hacer sonar el metal y aparentar siempre algo más de lo que guarda la despensa.
Los muchachos a la puerta de la criatura voceaban “Roña, roña, roña y sino que se muera la criatura!”. Que habrá que aclarar, para exculparles de semejante maleficio, que no era intención, claro está, que la criatura se muriera, solo que la impaciencia es mala consejera cuando el estómago espera la llegada de un cacahuete o un confite.

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