lunes, 21 de enero de 2019

Un trabajo... de mierda


ENTRESIERRASrd | Otra mirada a viejos quehaceres que, escrúpulos aparte, dieron vida a nuestros pueblos
Al salir de la escuela (si el infante en cuestión iba ese día a la escuela, asunto este que hoy vemos naturalizado y antaño no era primera opción de la jornada), decimos, al salir de la escuela siempre había que ayudar en el campo. Porque, por “cima” de otras cuestiones más románticas, la prole eran bocas que alimentar pero también manos para trabajar y desde que el mozo, o la moza, tenía edad de agarrar la cava, cavaba.

Por la tarde, al llegar a casa, se mandaba a los muchachos, con el cesto, la pala y la escoba de “ajuguera” (término que declinó ruralmente desde “agujeta”) a recoger “moñicos” por las calles del pueblo.
Porque, más allá de lo que enseñan las fotos y las películas, en tiempos en los que los animales no eran compañía sino maquinaria pesada, su rastro de boñigas podía seguirse por todas las calles que siempre estaban puestas al óleo.
Así iban los muchachos, escoba y pala en mano recogiendo la mierda, con perdón (y sin él, que todo tiene un nombre justo y adecuado), tarde a tarde, día a día, juntando montones, para “hacer vicio con el que estercar el huerto”.
Que las patatas, ricas y que tanta hambre quitaron, necesitan de estos rastros para hacerse tales.
A tal punto que en algunos pueblos estaba tan demandado el oficio de recoger los moñicos, que para evitar rencillas, o pleitos vecinales, se llegó a subastar las calles, para que cada cual recogiera la suya y evitar problemas de deslindes y apeos.
Este era otro de tantos trabajos que se les encomendaba a los jóvenes de entonces, un trabajo muy valorado en las familias ya que toda ayuda era poca.
Ya lo dice el dicho… que el trabajo del niño es poco, pero quien lo pierde está loco.

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