ENTRESIERRASrd | Otra mirada a viejos quehaceres que,
escrúpulos aparte, dieron vida a nuestros pueblos
Al salir de la escuela
(si el infante en cuestión iba ese día a la escuela, asunto este que hoy vemos
naturalizado y antaño no era primera opción de la jornada), decimos, al salir
de la escuela siempre había que ayudar en el campo. Porque, por “cima” de otras
cuestiones más románticas, la prole eran bocas que alimentar pero también manos
para trabajar y desde que el mozo, o la moza, tenía edad de agarrar la cava,
cavaba.
Por la tarde, al llegar
a casa, se mandaba a los muchachos, con el cesto, la pala y la escoba de
“ajuguera” (término que declinó ruralmente desde “agujeta”) a recoger “moñicos”
por las calles del pueblo.
Porque, más allá de lo
que enseñan las fotos y las películas, en tiempos en los que los animales no
eran compañía sino maquinaria pesada, su rastro de boñigas podía seguirse por
todas las calles que siempre estaban puestas al óleo.
Así iban los muchachos,
escoba y pala en mano recogiendo la mierda, con perdón (y sin él, que todo
tiene un nombre justo y adecuado), tarde a tarde, día a día, juntando montones,
para “hacer vicio con el que estercar el huerto”.
Que las patatas, ricas y
que tanta hambre quitaron, necesitan de estos rastros para hacerse tales.
A tal punto que en
algunos pueblos estaba tan demandado el oficio de recoger los moñicos, que para
evitar rencillas, o pleitos vecinales, se llegó a subastar las calles, para que
cada cual recogiera la suya y evitar problemas de deslindes y apeos.
Este era otro de tantos
trabajos que se les encomendaba a los jóvenes de entonces, un trabajo muy
valorado en las familias ya que toda ayuda era poca.
Ya lo dice el dicho… que
el trabajo del niño es poco, pero quien lo pierde está loco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario