martes, 4 de marzo de 2014

Descubriendo Montemayor del Río

David Panchuelo
Corresponsal Cuaderno de Entresierras
Febrero. Viento, frío, amenaza de lluvia, ciclogénesis explosivas rondando los cielos. A pesar de todo, la carretera llama. Ropa de abrigo, pasamontañas, guantes y mi fiel compañera, para qué más. Nos vamos a Montemayor del Río.
Fortaleza imponente del viejo concejo medieval leonés, Montemayor y su castillo se alzan orgullosos entre las montañas de la antiguamente llamada Transierra, primera línea de defensa del reino frente a enemigos de una u otra religión, en la misma frontera, vigilante en el camino milenario de la Vía de la Plata. Nuestra tierra es asombrosa, y más aún lo es su historia, nuestra historia, la raíz de lo que somos.
Cuesta abajo y frenando en las curvas, por si acaso algún otro vehículo hacía aparición en la estrecha vía que parte bajo la muralla bejarana, el aire del invierno se clavaba en mis mejillas, pero no importaba. Era un viaje largo tiempo esperado, que requería cierta preparación previa, porque los kilómetros entre montañas no son para piernas desentrenadas.
Tras los cruces hacia La Calzada de Béjar, Valbuena y Aldeacipreste, el descenso terminó, se acabó el Tranco del Diablo y los demás precipicios de la carretera asomados al rugiente Cuerpo de Hombre y ambos, él y yo, nos serenamos y seguimos camino más tranquilos, disfrutando del paisaje que él mismo contribuyó a crear.
Ese tramo de la Vía de la Plata encajonado entre montañas respiraba el verdor poderoso de los prados. Largas serpientes de piedra se dibujaban entre ellos. El ganado, por su parte, pastaba feliz bajo los rayos que, a ratos, iba regalando el sol entre las nubes.
Y yo estaba un poquito más cerca. La carretera, a decir verdad, me obligaba a no ensimismarme demasiado con las vistas, pues era un continuo zigzag entre baches inundados y algunos verdaderos socavones con los que tener más que palabras. No me extrañó no cruzarme con nadie en todo el camino. Seguí a un ritmo prudente por ella, pues la alternativa era el camino paralelo de la Vía de la Plata en el que la vida acuática se abría paso con ferocidad.

Llegado un punto, ese otro "río" se detuvo para enfilar una cerca abierta y un cartel indicativo: Puente de la Malena. Sinceramente, no me lo podía creer ¡Al diablo con el lodazal! Dejé la bicicleta apoyada en la puerta y casi de puntillas fui pisando piedras y tierra más o menos sólida hacia su encuentro. Allí estaba, el famoso puente de la Malena y, junto a él, el miliario romano que marcaba su posición en la vía dos veces milenaria.
Lo había oído nombrar muchas veces, sabía que estaba por aquella zona y tenía intención de buscar exactamente dónde y visitarlo, pero no me imaginaba que aparecería en esta ruta, así, de repente, con un miliario a su lado y el también famoso Corral de Chinato completando el conjunto. Sorpresas definitivamente agradables que uno se encuentra en el camino; ya sólo hubiera faltado que apareciese por allí el poeta rockero, recitando sus versos rajados con el rumor del río como percusión.
Y aún quedaban Montemayor y su castillo. Ahora sí que sí tocaba enfilar hacia ellos o el tiempo se me echaría encima como al final se me echó, pero en otro sentido.
La carretera, a partir de ese punto, se volvió más fiel al terreno sobre el que se asentaba y dejó el río de nuevo abajo para ascender en algunos repechos de cierta dificultad, nada serio, no os preocupéis. Bosquecillos de robles ateridos bajo sus costras de líquenes se asomaban en la ladera y un nuevo cruce con la carretera de Aldeacipreste me indicó que restaba un solo kilómetro de camino.
Cuesta abajo y ni mucho menos tan veloz como el viento que no dejaba de soplar, entre grandes peñascos y ya bosques más frondosos, tuve que frenar con suavidad porque de verdad se trataba de una cuesta empinada, y ya empecé a prepararme mentalmente para afrontarla en sentido inverso en el camino de vuelta.
El río cargado con las nieves de la Sierra volvió a saludarme con su rugido cercano y doblé curvas entre el bosque por una carretera bastante mejor asfaltada hasta que, de pronto, me paré.
Sin retoques, esta fue mi primera visión de Montemayor del Río:

Continuará.

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