David Panchuelo Corresponsal Cuaderno de Entresierras |
Febrero. Viento, frío, amenaza de lluvia, ciclogénesis
explosivas rondando los cielos. A pesar de todo, la carretera llama. Ropa de
abrigo, pasamontañas, guantes y mi fiel compañera, para qué más. Nos vamos a
Montemayor del Río.
Fortaleza imponente del viejo concejo medieval leonés,
Montemayor y su castillo se alzan orgullosos entre las montañas de la
antiguamente llamada Transierra, primera línea de defensa del reino frente a
enemigos de una u otra religión, en la misma frontera, vigilante en el camino
milenario de la Vía de la Plata. Nuestra tierra es asombrosa, y más aún lo es
su historia, nuestra historia, la raíz de lo que somos.
Cuesta abajo y frenando en las curvas, por si acaso algún
otro vehículo hacía aparición en la estrecha vía que parte bajo la muralla
bejarana, el aire del invierno se clavaba en mis mejillas, pero no importaba.
Era un viaje largo tiempo esperado, que requería cierta preparación previa,
porque los kilómetros entre montañas no son para piernas desentrenadas.
Tras los cruces hacia La Calzada de Béjar, Valbuena y
Aldeacipreste, el descenso terminó, se acabó el Tranco del Diablo y los demás
precipicios de la carretera asomados al rugiente Cuerpo de Hombre y ambos, él y
yo, nos serenamos y seguimos camino más tranquilos, disfrutando del paisaje que
él mismo contribuyó a crear.
Ese tramo de la Vía de la Plata encajonado entre montañas
respiraba el verdor poderoso de los prados. Largas serpientes de piedra se
dibujaban entre ellos. El ganado, por su parte, pastaba feliz bajo los rayos
que, a ratos, iba regalando el sol entre las nubes.
Y yo estaba un poquito más cerca. La carretera, a decir
verdad, me obligaba a no ensimismarme demasiado con las vistas, pues era un
continuo zigzag entre baches inundados y algunos verdaderos socavones con los
que tener más que palabras. No me extrañó no cruzarme con nadie en todo el
camino. Seguí a un ritmo prudente por ella, pues la alternativa era el camino
paralelo de la Vía de la Plata en el que la vida acuática se abría paso con
ferocidad.
Llegado un punto, ese otro "río" se detuvo para
enfilar una cerca abierta y un cartel indicativo: Puente de la Malena.
Sinceramente, no me lo podía creer ¡Al diablo con el lodazal! Dejé la bicicleta
apoyada en la puerta y casi de puntillas fui pisando piedras y tierra más o
menos sólida hacia su encuentro. Allí estaba, el famoso puente de la Malena y,
junto a él, el miliario romano que marcaba su posición en la vía dos veces
milenaria.
Lo había oído nombrar muchas veces, sabía que estaba por
aquella zona y tenía intención de buscar exactamente dónde y visitarlo, pero no
me imaginaba que aparecería en esta ruta, así, de repente, con un miliario a su
lado y el también famoso Corral de Chinato completando el conjunto. Sorpresas
definitivamente agradables que uno se encuentra en el camino; ya sólo hubiera
faltado que apareciese por allí el poeta rockero, recitando sus versos rajados
con el rumor del río como percusión.
Y aún quedaban Montemayor y su castillo. Ahora sí que sí
tocaba enfilar hacia ellos o el tiempo se me echaría encima como al final se me
echó, pero en otro sentido.
La carretera, a partir de ese punto, se volvió más fiel al
terreno sobre el que se asentaba y dejó el río de nuevo abajo para ascender en
algunos repechos de cierta dificultad, nada serio, no os preocupéis.
Bosquecillos de robles ateridos bajo sus costras de líquenes se asomaban en la
ladera y un nuevo cruce con la carretera de Aldeacipreste me indicó que restaba
un solo kilómetro de camino.
Cuesta abajo y ni mucho menos tan veloz como el viento que
no dejaba de soplar, entre grandes peñascos y ya bosques más frondosos, tuve
que frenar con suavidad porque de verdad se trataba de una cuesta empinada, y
ya empecé a prepararme mentalmente para afrontarla en sentido inverso en el
camino de vuelta.
El río cargado con las nieves de la Sierra volvió a
saludarme con su rugido cercano y doblé curvas entre el bosque por una
carretera bastante mejor asfaltada hasta que, de pronto, me paré.
Sin retoques, esta fue mi primera visión
de Montemayor del Río:
Continuará.
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