ENTRESIERRASrd | De la
mano de Atanasio Sánchez, director de la revista Pataloso, nos acercamos a una
práctica ancestral en nuestra comarca: el alboroque
Cuando yo era niño contemplé muchas veces el
alboroque.
En el pueblo había unas personas encargadas de
vender los productos de los vecinos: churros o vacas, marranos o jamones,
ovejas o corderos, patatas o carros de paja. El comprador acudía a ellos para
que lo acompañaran al corral, a la despensa, a la corraliza o a las eras. Juntos
fijaban el precio a pagar y el orden en el que visitaban a los vendedores.
Me encantaba presenciar el regateo, siempre en
duros, que era la moneda en los tratos de Cereceda en mis tiempos
infantiles, o en reales. Cincuenta duros
o mil reales. La peseta era una moneda rara en su vocabulario.
Me maravillaba cómo hacían los cálculos sin
papel, sin lápiz y sin calculadora.
La mayoría de las ventas eran "a ojo",
o con unas medidas, en ocasiones, que yo desconocía. La paja se medía en
banastos y las patatas se vendían por sacos.
El vendedor comenzaba a bajar el precio inicial
y el comprador a subir su primera oferta, hasta que alguien, casi siempre el
"mediador", amigo del comprador, terciaba "echarlo al
medio" y vamos a la taberna a "echar el alboroque". Yo lo pago.
Una jarra de vino, unas rodajas de chorizo de la
matanza del tabernero, unos cacahuetes o unas aceitunas, unido todo a un
apretón de manos, sellaban los tratos.
El fajo de billetes del comprador se repartía entre los vendedores, y a mí, que
veía toda la " ceremonia " tras el mostrador de la taberna de mis
padres, me preguntaba el mediador " ¿ qué se debe ?"
Ese agasajo que hace el comprador o el vendedor
a todos los que han intervenido en el trato, el diccionario lo denomina
ALBOROQUE.
En la foto : Vendedor ambulante. Lucien Levy.
Fotografía más antigua de Segovia. Año 1888
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