viernes, 11 de noviembre de 2016

…al poco ya solo queda en la roca la huella de nuestra forma…

ENTRESIERRASrd | Una mirada a la historia del valle del Sangusín, de la mano literaria de Pedro Ojeda Escudero y su blog cultural La Acequia
Siguiendo el curso del Sangusín se adentra el viajero en el misterio del robledal. La otoñada ha dejado las ramas en poder de los líquenes y del extraño y bello marrón de las pocas hojas que quedan en los árboles.

Paso a paso, el grupo camina hacia una mañana lluviosa por una senda a veces embarrada en la que deja un rastro que se borrará en unas pocas horas. Hay un momento en el que se tiene la ilusión de que pocas cosas han cambiado allí en los últimos dos mil años.
Los peñascos, los robles, los fresnos, las rocas que permiten vadear el cauce. En el suelo granítico el agua de lluvia resbala sin freno buscando el río. Todo está empapado, como si la naturaleza cogiera impulso para resistir el afán del ser humano para dominarla y este ejerciera allí tan solo su condición de circunstancia.
No somos más que eso, un ser que pasa.
Ante las tumbas antropomorfas altomedievales de Horcajo de Montemayor, excavadas en la roca, toda nuestra vanidad queda en evidencia. Puede acogernos la roca pero al poco ya solo queda en ella la huella de nuestra forma porque también nuestro cuerpo -y todo lo que pretendimos ser- se ha ido resbalando hacia el cauce del río, año tras año, camino del Alagón y, finalmente, de la mar lejana.
Sin embargo, solo la mirada humana puede comprender la belleza misteriosa, exacta, permanente y cíclicamente mudable de este paisaje.

No hay comentarios:

Publicar un comentario