ENTRESIERRASrd | Una
mirada a la historia del valle del Sangusín, de la mano literaria de Pedro
Ojeda Escudero y su blog cultural La Acequia
Siguiendo el curso del Sangusín se adentra el
viajero en el misterio del robledal. La otoñada ha dejado las ramas en poder de
los líquenes y del extraño y bello marrón de las pocas hojas que quedan en los
árboles.
Paso a paso, el grupo camina hacia una mañana
lluviosa por una senda a veces embarrada en la que deja un rastro que se
borrará en unas pocas horas. Hay un momento en el que se tiene la ilusión de
que pocas cosas han cambiado allí en los últimos dos mil años.
Los peñascos, los robles, los fresnos, las rocas
que permiten vadear el cauce. En el suelo granítico el agua de lluvia resbala
sin freno buscando el río. Todo está empapado, como si la naturaleza cogiera
impulso para resistir el afán del ser humano para dominarla y este ejerciera
allí tan solo su condición de circunstancia.
No somos más que eso, un ser que pasa.
Ante las tumbas antropomorfas altomedievales de
Horcajo de Montemayor, excavadas en la roca, toda nuestra vanidad queda en
evidencia. Puede acogernos la roca pero al poco ya solo queda en ella la huella
de nuestra forma porque también nuestro cuerpo -y todo lo que pretendimos ser-
se ha ido resbalando hacia el cauce del río, año tras año, camino del Alagón y,
finalmente, de la mar lejana.
Sin embargo, solo la mirada humana puede comprender
la belleza misteriosa, exacta, permanente y cíclicamente mudable de este
paisaje.
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