ENTRESIERRASrd | "Zapatos
usados hasta el último estertor del cuero o heredados de algún hermano mayor y
que han de resistir la vida propia para ser herencia del pequeño"
Lo de atinar la talla del zapato era como el
arquero que apunta a un ave en pleno vuelo. Has de tener en cuenta las reglas
del viento y de la vida. Que el pie de un niño cambia de un día para otro, que
mañana crece, el "estirón" que nunca acaba de llegar o llega a golpe
de fiebre; por eso los zapatos, bien de primera necesidad y casi un lujo
durante decenios por estos pagos salmantinos, debían seleccionarse con todo
lujo de detalles.
Que resistan la lluvia, la piedra, el roce del
patio, de la dehesa y del "juego pelota". Que sirvan tanto para ir
remendado a la escuela como para la misa del domingo, y si apuran, hasta para la
boda de la prima Daniela que "se casa el año que viene con uno de
p´allá". Los zapatos tienen que aguantar rotos y descosidos, que aguanten
tralla de a día, de color pardo y oscuro, para que resistan la suciedad de un
mal día y que, a mayores (frase que nació en alguna fábrica de Guijuelo),
soporte el lujo del betún. Y que sean, como la mirada del arquero, una talla
más grande. "Por si pegas el estirón"
Zapatos usados hasta el último estertor del
cuero o heredados de algún hermano mayor y que han de resistir la vida propia
para ser herencia del siguiente. O extraído del "saco", ese regalo de
segundas, a medias entre la solidaridad vecinal y la caridad más extrema; cada
familia, si era pudiente, tenía su saco que se pasaba en cada cambio de
estación "por si le vale al Toño lo del mayor mío".
Por eso era raro estrenar zapatos. Pero si los
azares se alineaban, si llegaba la paga del tren o alguna herencia de tía
segunda, y el mozo o la muchacha estrenaban calzado, era como si hubiera tocado
la lotería del 24. Que luego venía el juego. El que hace gracia cuando somos
testigos pero no cuando somos penitentes.
Porque existe un juego, que existía y existe y
existirá porque en esto no cambian los tiempos, que consiste en estrenar el
zapato nuevo a base de pisotones. Se imagina uno aún a los imberbes muchachos
correr patio arriba y patio abajo, el uno buscando el pisotón, el otro
huyéndolo. Y para quien acierta, el premio, que no es poco, es gritar: ¡Estreno!
Que para todo tiene que haber vuelta. Y
refranero. También los zapatos tienen su chascarrillo, como aquel que decía
"Bien sabe el Dios del Cielo que estoy calzado, pero bien sabe el Dios del
Suelo que estoy descalzo". Que todo tiene su aquel y esta doble moraleja:
porque los zapatos parecían nuevos por arriba y por debajo estaban rotos.
"Qué vida tan dura, zapatos rotos, pantalón
corto hasta en invierno, las casas con una triste lumbre y todos felices".
Sencillamente… se vivía.
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