ENTRESIERRASrd | Una
mirada a los viejos tiempos donde las centralitas de teléfono unían familias de
aquí y de allá
Hoy, con el teléfono pegado a lóbulos y
dactilares las 24 horas del día, cuando el celular se ha convertido en una
extremidad más de nuestros cuerpos, es bueno recordar otros tiempos.
Seguramente, estudiado a juicio sociológico, el
teléfono puede servir de guía a aquellos que quieran acercarse a la revolución
tecnológica de estos tiempos.
Porque si hoy, consumidos por la modernidad y
consumistas de la misma, nos suena a "tiempos prehistóricos" aquella
época en que solo disponíamos de teléfonos fijos (y las cabinas telefónicas
tenían su puesto de cola), a qué nos sonará, sino a "vida procariota"
lo de las centralitas.
Porque, sí, muchos lo recuerdan, sobre todo los
más mayores, que hubo un tiempo en que, no solo no había un teléfono por cada
casa, sino que había un teléfono para todo el pueblo.
Lo tenía Manolo "el del Bar", o Carmen
"en los ultramarinos" o simplemente, si había suerte, se disponía sin
más de la centralita que daba clavija a toda la comarca.
Allí se podía llamar o esperar la llamada. Y es
que, en esto, debían de "darte la razón". La encargada de la
centralita (que en esto el marketing siempre usó la voz femenina por lo de la
amabilidad, suponemos), era la agenda del pueblo. Si alguien de fuera te
llamaba (que no era poca novedad, teniendo tantos y tantos hilos telefónicos
repartidos por las Españas), te iban a "dar la razón". Te ha llamado
Fulanito, que a tal hora te volverá a llamar, estad en la centralita. O en el
bar. O en el ultramarinos.
Así se pasaban las tardes, esperando la hora, a
que sonara el teléfono y llegara la voz de Barcelona, de Madrid o de Bilbao,
donde se fueron los hijos a hacer carrera de hormigón y de los que nos quedó
"la razón a las nueve".
Luego había que hablar rápido, contar mucho en
poco tiempo y quedar para la siguiente. Pero ese es otro contar "que esto
corre y es conferencia".
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