ENTRESIERRASrd | Una
mirada a las tradiciones taurinas casi perdidas: la de las plazas de toros levantadas con carros
Aún sigue practicándose la arquitectura en
algunos pueblos de la provincia. Mientras unos decidieron tirar por la calle
del medio y alzar su propio coso, mientras otros fueron un paso más allá y
decidieron alquilar a precio de fiesta la plaza portátil, aun quedan pueblos en
que la pasión taurina se vive entre carros y carretas.
"Uno de mis grandes recuerdos de niñez.
Vivir los toros (que nos parecían gigantes cuando a la luz de la madurez tan
solo serían vaquillas flacuchas pero bravías) entre las ruedas de los carros.
Una visión algo estrábica, entre mozos que patean arena y animales que la
"apezuñan", entre radios de madera y pantorillas de carne. Y gritos
sobre nuestras cabezas, como si la plaza, hecha de carros, pudiera venirse
abajo en cualquier momento".
Pero no lo hacían, claro, porque esas plazas
están hechas con el saber ingeniero de la tradición. Días antes del evento, ya
se veía a los mozos inquietos, hablándose los unos a los otros a media voz,
pensando en que el carro del tío Narcis no está para muchas corridas.
Así empezaban a preparar la plaza. Sacando los
carros de los portales, huérfanos de yugos, temerosos también ellos de
cornadas, arrastrados con la fuerza de la juventud por las calles de barro
apisonado.
El trabajo tenía hasta su cante particular y no
pocos rumiaban aquello de los famosos Mozos de Monleón.
Ya en la Plaza, la que era Plaza de año y de
Toros unos días, se iban colocando los carros, la pértiga del uno metida debajo
del otro, y así hasta enlazar el círculo, cuya cuadratura no llegaba a importar
demasiado.
A las 6 hora taurina, a los 6 toros 6, el pueblo
se congregaba subido a los carros, cada cual el suyo, si lo había puesto, y
apretados todos, que en esta grada la escritura de propiedad no vale lo que un
baile. Porque siempre había el truhán que sin tener carro, tenía carretada; o
se hacía pasar por forastero.
Y los demás, los niños sobre todo, bajo la grada
de madera, aplaudiendo y gritando olés a los mozos que daban sus verónicas y
chicuelinas con la cortina roja robada a la tía Cesárea.
Es lo que tienen las fiestas. Que hay que
aguantar carros y carretas. Nunca mejor dicho.
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