LA MONTAÑA DORADA, RAÚL RENTERO MATEOS
HISTORIA Y LEYENDA DE LA SIERRA DE FRANCIA
El obispo Hilario rememoró durante unos instantes aquella lejana
batalla. Ahora, mientras volvía a escuchar los redobles árabes, el sonido de la
muerte en ese mismo valle, palpó con dulzura la tierra que sus pies pisaban. Pensó,
ya tarde, que no había sido buena idea conducir a aquellas gentes hasta aquella
ratonera. Pero ya no había solución. El ejército enemigo había descubierto su
rastro y venía hacia allí.
Los hombres de la
guarnición lo sacaron de su estupor.
-
Vamos, padre, aceleremos. Hemos
de alcanzar el paso de los Lobos.
-
No lo alcanzaremos –dijo de
repente el obispo Hilario.
En sus ojos brillaban las
lágrimas. Al verlo los soldados sintieron pánico.
-
Claro que sí, con suerte, si los
moros no vienen a paso acelerado, lograremos evadirnos hacia los valles del
sur.
-
No –volvió a decir el obispo-.
Ordenad a la gente que se desperdigue por los montes, ladera arriba. Los que
puedan que busquen cobijo en la profundidad de las Hurdes. Los demás que vayan
hacia los campos de Salvatierra. No hay tiempo. No alcanzaremos el Portillo de
los Lobos. Es preciso que la multitud se deshaga en infinidad de pequeños
grupos. Sólo así lograremos salvar algunas vidas.
-
¿Y nosotros qué haremos, padre?
-
Vosotros lucharéis junto a mí
por el honor de ser cristianos y por defender la Santa Cruz de Cristo ante los
Infieles.
Acto seguido el obispo desenfundó
una brillante espada que llevaba escondida bajo la toga con una inscripción
cincelada a punzón de fuego: Servus Dei
Hilarius.
-
Hace cuarenta años yo debí morir
en este valle pero la Providencia quiso apiadarse de mi alma. Después de todos
estos años me encuentro, ya viejo, en el mismo lugar, con los mismos enemigos
de antaño, pero ellos jóvenes y yo ya viejo.
Irguió su espada al aire.
-
Cargad junto a mí, hombro con
hombro, hagamos correr la sangre por las laderas de este monte. A partir de ahora nuestra sangre hará
pervivir este valle, pues este mons sacer,
este monte sagrado, y sangrado, será testigo de nuestro digno martirio.
Los soldados tomaron sus
espadas y juraron. Tarde o temprano habrían de morir; y aquel valle sagrado,
aquel monte sagrado, Monsacro, se les antojó a sus ojos encendidos ya de
batalla la mejor puerta hacia el Reino de los Cielos.
.
¿CONOCES
MONSAGRO?
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