miércoles, 31 de agosto de 2016

La invasión de los pájaros

ENTRESIERRASrd | Nuevo recuerdo, vivencia imborrable, de los lejanos tiempos en Cabezuela de Salvatierra de la mano de Ricardo Pedro García Marín
© Ricardo Pedro García Marín A pesar de las estrecheces del momento, feliz y libre como un pájaro fue mi niñez en Cabezuela de Salvatierra, viviendo la vida con alegría, dejando las turbaciones para ser resueltas por los mayores.
En la calle Larga número 35, con vistas a las calles Aceras y La Fuente, en el centro de pueblo estaba y está, la casa en la que con mis padres y hermanos viví. Una casa arcaica carente de acomodos, con un huerto junto a ella, lleno de flores y árboles frutales, nadie en el pueblo como aquel lo tenía.
En primavera y verano, el jardín de mi casa se transformaba en un lugar lleno de vida, donde anidaban urracas, jilgueros, verderones y pardillos, descansando a la sombra de los árboles numerosos pájaros de otras especies.
A ciertas horas del día, era un gran placer permanecer en aquel jardín, percibiendo el trisar de las golondrinas descansando en las ramas de los árboles; el “farfullar” de las urracas junto al nido donde estaban sus crías; el cantar de jilgueros, verderones y pardillos en lo más alto de las ramas, llamando la atención de depredadores, protegiendo así a las hembras que en los nidos estaban, y los lejanos cánticos del cuco y la abubilla en las encinas.
Todo ello junto a los verdes árboles atestados de frutas, los rosales de rosas y numerosas flores, hacían del lugar un paraíso. En él permanecí numerosas horas, gozando de todo ello y observando las frutas maduras que a mi alcance estaban, reprimiendo a los pájaros para que no se las llevaran.
Uno de los días estando yo en soledad, a mi pesar acompañaba, un flemón y fuerte dolor de muelas. En estado de desesperación, tomé la decisión de subir a uno de los nogales, para coger el nido de pega que en lo más alto estaba.
Al no poder trepar por el tronco, la punta de una cuerda a un pie até y pasando la otra puna por encima de una rama gruesa, haciendo de polea, al nogal conseguí subir, trepando por las ramas el nido de urraca alcancé. Despavorido uno de los polluelos, con apenado “farfullar” al vacío se lanzó.
Arribaron los padres con valentía y agresividad, obligándome a bajar del árbol con precipitación. En mi exasperada huida, la cuerda se enredó y bajando primero la cabeza, recibí un fuerte coscorrón.
Con membrudo golpe el flemón reventó, y saliendo las dos muelas el dolor desapareció.
A tanto guirigay cientos de pájaros arribaron, y viendo al polluelo de urraca con cuatro plumas en las alas y en camisón, lo confundieron con un depredador, emprendieron su persecución. En su ayuda yo fui siendo su salvación, introduciéndole en casa le libré de la agresión.
Todos los días al jardín le sacaba, para que con los padres estuviera, y con ellos marchara cuando quisiera. A la vida cómoda se acostumbró y con sus padres no quería ir, obligándole a quedarse solo en el jardín, hasta que con ellos marchó.
Como hombre bien nacido, con esto quiero expresar mi agradecimiento a las pegas y pájaros de mi jardín, pues gracias a su intervención, sin ayuda de ningún doctor, el dolor de muelas se quitó.   




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